miércoles, 3 de septiembre de 2025

ENTREVISTA REVISTA PARA TÍ


Por Florencia Bocalandro

Un café con  es, sin dudas, sinónimo de una charla interesante. O más que eso. Su nombre y su doble apellido —ilustre, sí: por parte materna está emparentada con Justo José de Urquiza y su tío, Abelardo Quiñones, héroe de la aviación peruana quien murió en la guerra con Ecuador— evocan investigación, ciencia y conocimiento. También remiten a la búsqueda constante de estudios y herramientas para acercarse, siempre, a la verdad.

Diplomada en Criminología, Criminalística y Derechos Humanos, y especializada en Perfilación Criminal, se dedica a esta disciplina con auténtica pasión. A priori, quien no conozca a fondo su trabajo podría imaginarla como una suerte de agente de CSI (sí, de esas series policiales atrapantes). Pero ella se encarga de aclarar: “No es como lo muestran en la ficción, ahí mezclan todo”.

A lo largo de la charla irá desgranando cómo se encontró con su vocación, hará referencia a algunos casos y compartirá detalles cuanto menos inquietantes. Eso sí: de su vida privada no hablará demasiado, porque prefiere mantenerla al margen.

Laura vivió en varios países. Sus padres, ambos artistas, le abrieron la puerta a un universo compartido con personalidades de todo tipo: intelectuales, pensadores, creativos, personas con sensibilidades únicas que la nutrieron casi sin que ella lo advirtiera. Experiencias que atesora hasta hoy, como aquella de caminar por Miraflores, en Perú, y acompañar a su papá “a tomar chilcanos, un aperitivo, con intelectuales y artistas”.

Una mente brillante

Desde que tiene uso de razón, Laura tiene su cabeza en movimiento. Y recuerda: “Mi mamá trabajaba con gente del cuerpo diplomático y yo hablaba idiomas —inglés, francés, antes incluso que castellano—, entonces de ahí me viene la facilidad. Después aprendí hebreo, ruso, portugués, fui a la Alianza. Mi madre me mandó a la Asociación Británica a estudiar inglés. ¡Me encantaban los idiomas! Tenía facilidad”.

Hoy confiesa que intenta sumar italiano, aunque reconoce que ya no siente la misma plasticidad que en su infancia. Pero lo que de verdad marcó un antes y un después en su vida fue una escena aparentemente inocente, ocurrida en su adolescencia.

“Cuando tenía entre 14 y 15 años, estudiaba en el Ballet de Miraflores. Un día estaba sentada en la salita de espera y observé a una de las profesoras que miraba una clase. Lo que percibí en ella fue una mirada de odio y desprecio tan grande hacia los demás, que me quedé azorada. En un momento me miró a mí, y yo no sabía si había visto lo que creí o si lo había imaginado. Después se lo conté a mi mamá”, recuerda. Aquella mujer era hija de un reconocido compositor, amigo de su madre —concertista de guitarra y periodista cultural—, lo cual volvió la situación aún más delicada. “Cuando le conté a mi mamá, ¡me puteó más o menos! Porque para ella esa familia era sagrada. Me decía que venía de una buena familia”.

La reacción de sus compañeras tampoco fue alentadora: “Me dijeron, más o menos, que estaba loca. Esto fue a fines de 1987”.

Años más tarde, los hechos le darían la razón. “En el ’92 se descubre quién era el líder de Sendero Luminoso. ¿Adiviná quién lo escondió en su casa? ¡La profesora de ballet! Es decir, esa mujer, de noche colaboraba con una organización que ponía bombas, y a la tarde me daba clases. Mi percepción no estaba tan errada”.

Su capacidad de observación, la interpretación de gestualidades y la lectura perspicaz de actitudes conformaban un compendio de aptitudes —¿innatas?— que luego supo sostener con formación científica.

“Me siguió pasando con muchas cosas. Sensaciones a las que no les daba importancia, porque en mi trabajo tengo que dar objetividad y cientificidad. Pero me atravesaban. Muchas veces decía: ‘Será mi percepción, estaré alucinando’. Y después, con el tiempo, se terminaba descubriendo algo”. Aunque se define como una persona realista y concreta, reconoce: “Evidentemente tengo alguna percepción. Quizás por un movimiento exacto del rostro, algo gestual. Lo hablé con el maestro Osvaldo Raffo —porque le conté un montón de cosas que me pasaron— y él me confesó que también le sucedía”.

Raffo se lo explicó con una metáfora que le quedó grabada: “¿Viste cuando los animales se ponen nerviosos antes de un terremoto? Perciben el peligro. Lo que nos pasa es algo similar, es una cuestión muy animal, primitiva, que algunos todavía conservamos. Lo suelen tener los niños cuando dicen: ‘No me gusta tal persona’”. También lo conversó con la antropóloga Rita Segato, quien le aportó otra mirada: “Ella me explicó que hay cierto nivel de violencia que se lee a través de la corporalidad, de la mirada, y no todo el mundo lo percibe. Algunas personas tenemos la capacidad de descodificar esos mensajes. Eso ya sucedía en civilizaciones antiguas, y algo de eso nos quedó a algunos”.

Una profesión entre la ciencia y la percepción

-¿En qué momento posterior al crimen aparecés en escena?

-Cuando se produce un hecho, por ejemplo, un ataque sexual, una amenaza reiterada o un cibercrimen. Me llega la solicitud del Tribunal Superior de Justicia o de algún juzgado de una fiscalía.

-¿Vos trabajás sobre un material generado por otros investigadores?

-Claro, otra instancia previa. Porque al ocurrir el hecho, el que va al lugar es el criminalista (que es el que ves en CSI). La ficción instaló que todos hacen todo y que el perfilador criminal es un clarividente, que todos los del FBI van a la escena del crimen... cuando en realidad el 99% no va. En la serie Mindhunter lo muestran correctamente, porque así fueron los inicios. La persona real que inspiró a uno de los protagonistas (N. de R.: el agente especial Bill Tench, interpretado por Holt McCallany) es Robert Resler, y a mí me mandó uno de sus libros. ¿Y sabés quién también me mandó su primer libro? Jana Monroe, la mujer en la cual se inspiró Thomas Harris para escribir El silencio de los inocentes. O sea, la verdadera Clarice Starling.

-Pasaste por otras carreras, ¿cómo diste con esta profesión?

-Estudié Psicología hasta cuarto año. La había colgado por un tema familiar. Entonces “vi luz y entré” al Instituto Universitario de la Policía Federal. Para esto, yo era muy fan de Osvaldo Raffo; para mí era una genialidad lo que hacía (N. de R.: fue un prestigioso médico forense y criminólogo argentino, fallecido en 2019). Me gustaba mucho leer a Hugo Marietán, que para mí fue la persona que le puso nombre y apellido a los psicópatas. Antes de él, nadie hablaba de psicopatía en la Argentina. Al menos, de forma accesible y gratuita, él lo hacía a través de internet. Lo leía mucho, como fan. Pero no era fan de los crímenes en sí, de los homicidios o de todo lo que implica el delito. Cuando entré, me encantó. Tuve muy buenos profesores, y en el intermedio empecé a estudiar con Vicente Garrido Genovés, de España, de la Universidad de Valencia. (SEGUIR LEYENDO)

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