jueves, 28 de marzo de 2019

YO TRABAJABA PARA ROBAR


Brian empezó a delinquir cuando tenía 16 años. Dice que siempre quiso "romper las reglas" y habla de la adrenalina que le provocaba robar. Es cierto que “ningún pibe nace chorro”. Pero a Brian, de 30 años, le faltó poco. Lo echaron del jardín de infantes y de dos colegios primarios porque aprovechaba a que todos se fueran al recreo para robar dinero y celulares de las carteras de las maestras, golosinas del quiosco y hasta útiles de las cartucheras de sus compañeros. Y no proviene de una familia con graves carencias económicas. Se crió en Bosques, partido de Quilmes, en el seno de una familia, donde, al menos desde lo material, no faltaba nada. Tanto que siempre fue a colegios privados y sus hermanos son todos profesionales. A los 16 años, ya sumergido en el delito –se dedicaba al robo de estéros que después vendía a 200 pesos cada uno- y en el consumo de todo tipo de drogas, les pidió a sus padres que lo internaran en una granja de rehabilitación. Salió dos años después y empezó a trabajar en un estudio contable. Le iba bien y hasta tenía un buen sueldo. Pero quería más. “Y siempre me gustó romper las reglas”, reconoce ahora, rodeado de rejas en la Alcaidía N°3 de Melchor Romero, donde está preso por “tentativa de homicidio”. Y entonces puso en marcha un nuevo método para robar. Su objetivo era entrar a casas desocupadas, lo que se conoce como “escruche”. Y para detectarlas se le ocurrió una idea. Empezó a trabajar como repartidor de volantes de una pizzería de la zona. Los dejaba en las puertas de las casas y unas horas después volvía a pasar. Si el volante seguía ahí, era una señal de que probablemente no hubiera nadie. Pero para cerciorarse, tocaba timbre. Si salía alguien, se excusa era pedir un vaso de agua. Y si nadie atendía, veía de qué manera ingresar, junto a un cómplice, para robar dinero, joyas y todos los elementos de valor que encontrara. Después, se especializó en asaltar a gente por la calle. Tenía la habilidad de seleccionar, en pocos segundos y con una rápida mirada, el blanco a atacar. “Enseguida veía qué reloj y qué ropa usaba. Soy un especialista en marcas. Ya con esa información sabía si tenía plata o no”, recuerda Brian. Una vez elegida la víctima, la seguía, la abrazaba y la apuntaba con un arma de fuego para que le dieran la billetera, el celular y todos los objetos de valor que tuvieran. También participó de muchos rally delictivos, donde en un rato podía robar varios comercios. Uno atrás de otro. Hizo tantos que no recuerda cuántos fueron. “Es como contar los pelos de la cabeza”, explica. Dice estar arrepentido y que si pudiera volver a la infancia “haría todo distinto”. Pero ya es tarde. El tiempo no para. La entrevista de Mauro Szeta y el análisis de Laura Quiñones Urquiza para Telefé noticias: Aquí

jueves, 7 de marzo de 2019

LE ROBABA HASTA A LOS NARCOS PARA CONSUMIR


Está condenado a 32 años de cárcel por homicidio, aunque clama su inocencia. Matías Alejandro Coronel tiene 30 años y está detenido en una causa por resistencia a la autoridad, lesiones y homicidio simple desde hace tres años, aunque su condena es a 32 años y seis meses de prisión. La primera vez que robó tenía 16 años y ya a edad recuerda que sus amigos robaban y se burlaban de él. Así empezó, quizás, para ganarse el respeto de los demás porque dice que “no quería ser menos que ellos”. Aunque su familia le pedía que por favor no robara, pero Matías nunca los escuchó. Con los robos llegó la droga y un raid delictivo tan oscuro como peligroso. Junto a un grupo de cuatro amigos armaron una banda con la que compraban todo tipo de armas y salían a robar. “Nos tomábamos un bondi a Garín y nos metíamos a robar un supermercado”, cuenta sonriente. Durante dos años hizo entraderas, robó quioscos y autos. A esa altura ya se había tiroteado una vez con la policía, pero zafó. En el año 2009 terminó detenido con 20 años por una tentativa de robo y dos años después quedó libre. Al mes de salir de prisión su novia, en medio de una discusión, le dio un escopetazo en la pierna izquierda y se la voló. Actualmente tiene una pierna ortopédica y se mueve en muletas. “Después que perdí la pierna nadie quería robar conmigo porque yo era una mochila. Ahí me las ingenié, me organicé y decidí empezar a robar a los narcos, como se dice en la jerga, trabajar prolijo”, cuenta. Se compró tres chalecos y le hizo estampar atrás “drogas peligrosas”, también compró tres colgantes con chapitas de la policía a unos manteros de Plaza Once. Tenía dos cómplices que durante los fines de semana hacían logística para caerle a los transas. Luego, caían con los autos disfrazados de policías y los saltaban. Esto lo hizo durante cinco años. Esto le trajo varios inconvenientes cuando volvió a caer detenido. Por los robos a los narcos en la cárcel lo intentaron matar a puñaladas. Tiene todo el cuerpo tatuado, inclusive la cara: en el brazo tiene un tatuaje que representa “muerte de policía”. Algunos dibujos son por su devoción a San La Muerte. “Yo le daba sangre cortándome las venas”, sostiene. Y agrega: “Cuando salí en libertad, le prometí a San La Muerte que le iba a dar sangre de otro y no cumplí, por eso me trajo acá de vuelta”. Lo que Matías atribuye a una venganza de su santo, fue un homicidio en medio de una pelea. Su padre se dedicaba a vender autos usados y una discusión con un comprador terminó a las trompadas. Su hermano tomo un cuchillo y lo mató de una puñalada. Matías y su padre quedaron detenidos, su hermano en libertad. “Mi hermano nunca me mandó un paquete de cigarrillos, tengo mucha bronca. Lo único que quiero contar es que soy inocente del homicidio: el autor fue él. El análisis de Laura Quiñones Urquiza en un Informe especial de Mauro Szeta para Telefé Noticias Aquí