jueves, 27 de diciembre de 2018

YO: EL PEOR FIEL

Su primer robo fue cuando tenía 20 años y asegura que fue por desesperación. El pasado 5 de octubre fue detenido tras estar prófugo. Leandro Romero tiene 28 años y está procesado por el delito de robo agravado. En una nueva confesión con Mauro Szeta habló sobre su paso por la cárcel y sobre el último robo que lo dejó tras las rejas, luego de asaltar un minimercado el pasado 5 de octubre. Nació en San Martín, se crió en Loma Hermosa y asegura que nunca se drogó alcohol y que tampoco toma alcohol. De chico se dedicó a trabajar debido a que su padre falleció cuando él era un nene. Su primer robo fue cuando tenía 20 años y dice que fue por desesperación, tras ser despedido de una empresa textil.

Al poco tiempo consiguió un trabajo y durante años no volvió a delinquir. Pero siete años más tarde se quedó nuevamente sin trabajo y como tenía tres hijos y su mujer estaba embarazada, decidió comprar un arma en una villa de Chacarita y salió a robar. Dice haber golpeado puertas y enviado CVs a varios lugares y no conseguir nada. Después de comprar un arma fue a robar un supermercado, pero cuando se iba la policía lo empezó a perseguir. En la huida recibió un balazo en la espalda, pero pudo escapar. Estuvo con pedido de captura y prófugo. “Fueron cinco meses y cinco días”, recuerda con exactitud. Al mes de estar prófugo, cometió otros robos y el 5 de octubre pasado fue detenido. Mientras estuvo prófugo escribió un diario de fuga que actualmente conserva un amigo. Su cuarto hijo nació el mes pasado, mientras él estaba detenido en la Unidad 53 de Malvinas Argentinas. Dice que ver a su mujer embarazada a punto de parir yendo a visitarlo le  Generaba muchísimo dolor. Leandro espera ser condenado en estos días.
La entrevista de Mauro Szeta y el análisis de Laura Quiñones Urquiza para Telefé Noticias aquí

sábado, 15 de diciembre de 2018

LOS DELITOS SEXUALES, LOS MENOS SEXUALES DE LOS DELITOS

Por Laura Quiñones Urquiza, exclusivo para diario PERFIL

El violador no viola porque está excitado, es violar lo que lo excita. Ciertos contextos, dinámicas de ataque, acciones, perfiles de víctima y palabras cuando interactúa con sus víctimas, son rituales que les dan satisfacción emocional que es precisamente, lo que van a buscar. Entre un ataque y otro, puede haber nuevos matices, pero en ese cúmulo de acciones y palabras, hay huellas psicológicas que son estáticas y sin ellas, no se completa ni concreta la fantasía que intentan recrear. 

ADN. El ataque sexual denunciable, no es únicamente del que se pudo extraer ADN del líquido seminal o del semen. He analizado hechos en los que el agresor era eminentemente un “froteurista” que abordaba a las víctimas y en las escaleras de los halls de los edificios lograba intimidarlas manoseándolas, las obligaba a masturbarlo o practicarle una felación bajo amenazas. En otros casos el agresor usó preservativos con los que huyó, o hasta iba depilado. No siempre la penetración es la norma, sino que se utilizan objetos para penetrar a las víctimas, para generarles el mayor dolor y daño posible, generándoles desgarros y pérdida de tejido, sin dejar los rastros de ADN.

En algunas declaraciones he leído que inmediatamente después de un ataque sexual, las víctimas se bañan por ignorancia, por el asco de tener impregnado el olor de su agresor o por ellas mismas, querían deshacerse de sus ropas, y hasta a veces, de sus cuerpos. Pese a eso, en sus relatos incluyen descripciones  de señas particulares en el cuerpo del autor, y presentan las lesiones típicas de defensa. En ese contexto de indefensión, son heridas visibles que, con suerte, sanan. El daño psíquico y la desconfianza les dura más tiempo y lo que perciben como vergüenza por no haber podido hacer o gritar, e incluso la vergüenza social, las inhibe de denunciar. A veces el silencio también, se debe a que piensan que no tienen la astucia o el prestigio de su agresor, porque creen que la Justicia puede ser injusta, porque hablan pero no las escuchan, o porque el miedo a represalias las paraliza. 

Tiempo. Aunque el tiempo que pasa es la verdad que huye, existen protocolos, medidas de prueba y especialistas de diversas disciplinas que intervienen con técnicas retrospectivas, por ejemplo, el análisis de testimonios y evaluación de testigos, y de exploración de la personalidad que, con los puntos de pericia correctos, podrían llegar a la verdad detectando contaminaciones y simulaciones. 

La doctora Alicia Poderti sugiere que para estos casos, es muy útil hacer un test lingüístico forense al sospechoso, porque puede arrojar muchas pruebas, sobre si hay o no, algún tipo de personalidad perversa, por cómo habla, cómo se refiere a los otros y a sí mismo. Nadie escapa de las palabras, son su huella digital.

En  casos de vieja data y donde la víctima habló como pudo y cuando se sintió fuerte, acompañada o contenida por otras víctimas para hacerlo, si el señalado es declarado culpable, su ADN indubitable debería ser ingresado a un registro de violadores, aunque no haya sido extraído del kit de abuso o recolectado en el lugar del hecho en aquel momento.

En otros escenarios, el violador las doblega con sumisión química al doparlas o les parten un ladrillo en la cabeza y las deja desmayadas, lo que las “relaja”, y por eso no presentan lesiones defensivas características, es así como muchas ni siquiera pudieron verle la cara a su agresor; simplemente cuando despertaron se vieron rodeadas de un lago de sangre, pedazos de un ladrillo foráneo en su dormitorio, sus ropas rasgadas y una ventana abierta con huellas de calzado. 

Son ejemplos de situaciones dramáticas, con las que nos topamos casi todo el tiempo quienes analizamos la anatomía de un crimen violento. 

Verosímil. Probablemente el modo o el tiempo de contar de una víctima no encaje con lo que algunos consideran verosímil, porque no coincide con lo instalado en la ficción, la realidad es que existen variables que incluyen amenazas e intimidaciones de todo tipo para controlar a la víctima. Especialistas en psicología del testimonio sostienen que, cuando se evoca un evento traumático de esa envergadura y se lo reconoce como propio, es muy difícil ponerlo en palabras sino que se somatiza

Cuando se relata se pierde el hilo o se confunden los tiempos por el peso de carga afectiva displacentera que irrumpe en la psique: el trauma de un ataque sexual fragmenta porque tiene el índice más alto de potencial traumatización. La huida y la lucha son respuestas defensivas ante el peligro, pero también lo es el congelamiento, es la disociación en el momento del trauma. 

Los eventos pueden evocarse en forma de blanco en el recuerdo pero con síntomas en el cuerpo, o como flashes desordenados, porque es tanta la angustia que se oprime la garganta y se experimentan cefaleas.

Sexo. El delito sexual es el menos sexual de los delitos, porque denigrar y aplastar la voluntad de otro es lo que esta erotizado. El autor suele saber que es un delito a “puertas cerradas”, juega con eso y mientras más desprevenida esté o ingenua sea su víctima, mejor; para otros mientras más débil, más fácil de desacreditar. En su mayoría, no son encantadores de serpientes, sino serpientes encantadoras. Los delincuentes sexuales suelen estar bien integrados a la sociedad, y los más difíciles de detectar son los pedófilos y pederastas. Y en las cárceles son sobreadaptados y no generan ningún conflicto

Columna 
Las víctimas ya hablaron; pero las heridas solo sanarán con la justicia, por Yael Bendel, Asesora General del Ministerio Público Tutelar

viernes, 14 de diciembre de 2018

YO FUI PANDILLERO: UNA PLAZA, ALCOHOL, DROGAS Y DELINCUENCIA

Tiene 33 años y está detenido desde hace tres meses en la Unidad 53 de Malvinas Argentinas. Una nueva confesión con Mauro Szeta. Jonathan Alejandro Barraza tiene 33 años y fue procesado por daños en la vía pública, con antecedentes por robo. Se crió en el barrio porteño de Palermo hasta los 15 años, cuando se mudó con su madre y sus seis hermanos a Floresta. A su padre nunca lo conoció. Fue el único de su familia que se dedicó a robar. Dice que empezó en el mundo de la delincuencia porque veía que todos usaban buena ropa y él no tenía recursos para comprarla. Formaba parte de una banda adolescente que paraba en la Plaza Güemes con las que se enfrentaban violentamente con las bandas de otras plazas. A mediados de los 90 y principios del 2000 recuerda que eran habituales ese tipo de peleas en Palermo. Comenzó a ir a la Plaza Güemes a los 13 años y en la bandita eran 20 chicos. Así empezaron los robos a locutorios de Las Cañitas y Colegiales. Además fue motochorro y robaban al voleo. A los 15 años cayó preso por primera vez por el robo a un supermercado, estuvo dos meses en un instituto de menores, salió y a los 16 años volvió a caer detenido. “Uno no roba sólo por el dinero, también por adrenalina y poder. La adrenalina se vuelve un vicio”, asegura. Fue a la escuela nocturna, pero abandonó luego de asaltar una estación de servicio y encontrarse en el mostrador a su compañero de banco. Recuerda que se quedó petrificado y por la vergüenza dejó de ir al colegio. Dice que nunca lastimó a nadie, no hacía más que asustar. Una sola vez se tiroteó con la policía en pleno Belgrano luego de robar un locutorio. Tiene una renguera leve producto de una pelea callejera. Desde hace tres meses está detenido en la Unidad 53 de Malvinas Argentinas, en una causa por "daños". Estaba en la casa de su pareja en Ciudadela y comenzaron a discutir. Dice que estaba muy drogado y sacado, y que salió a la calle a buscar lío. Le pegaba con un fierro a los autos que pasaban y llegó a romper varias lunetas hasta que la policía bonaerense lo detuvo. La última vez que cayó detenido por robo fue en 2013, estuvo preso en Devoto y salió en 2014, ocho meses antes de cumplir condena. El delito que cometió ahora, daño a la propiedad, es excarcelable, pero por sus antecedentes lo obligan a cumplir la condena anterior. 
Dice estar arrepentido de su pasado. La entrevista de Mauro Szeta y el análisis de Laura Quiñones Urquiza para Telefé Noticias aquí

jueves, 6 de diciembre de 2018

YO MATÉ POR IRA


Germán Ariel Ballesteros Tevez tiene ahora 29 años y fue condenado a cadena perpetua cuando tenía sólo 16 años por el asesinato de una nena de cuatro años que era su vecina. Cuando cumplió la mayoría de edad, le redujeron la pena a 15 años. La causa fue caratulada como “Homicido Criminis Causae”. En una nueva confesión con Mauro Szeta, Ballesteros Tévez habló del crimen y dejó entrever detalles de su infancia marcada desde el comienzo por el abandono. Cuando era sólo un bebé quedó a cargo de su padre biológico, que tenía problemas de adicción y lo golpeaba de forma feroz. A raíz de ello fue adoptado por una vecina del barrio de Rafael Calzada, aunque nada cambió y la violencia no se detuvo. La entrevista de Mauro Szeta y el análisis de Laura Quiñones Urquiza para Telefé Noticias, Aquí

CONCURSO POR EJEMPLARES DE LOS LIBROS "RASTROS CRIMINALES" Y "LO QUE CUENTA LA ESCENA DEL CRIMEN"

La imagen puede contener: Walter Rodrigo Asensio, texto
ATENCIÓN: @elforenseok, pronto dará a conocer las bases del concurso, relacionados a los conocimientos que comparte en sus #HilosCadavéricos sobre Medicina Legal, de sus redes sociales twitter e instagram