sábado, 15 de diciembre de 2018

LOS DELITOS SEXUALES, LOS MENOS SEXUALES DE LOS DELITOS

Por Laura Quiñones Urquiza, exclusivo para diario PERFIL

El violador no viola porque está excitado, es violar lo que lo excita. Ciertos contextos, dinámicas de ataque, acciones, perfiles de víctima y palabras cuando interactúa con sus víctimas, son rituales que les dan satisfacción emocional que es precisamente, lo que van a buscar. Entre un ataque y otro, puede haber nuevos matices, pero en ese cúmulo de acciones y palabras, hay huellas psicológicas que son estáticas y sin ellas, no se completa ni concreta la fantasía que intentan recrear. 

ADN. El ataque sexual denunciable, no es únicamente del que se pudo extraer ADN del líquido seminal o del semen. He analizado hechos en los que el agresor era eminentemente un “froteurista” que abordaba a las víctimas y en las escaleras de los halls de los edificios lograba intimidarlas manoseándolas, las obligaba a masturbarlo o practicarle una felación bajo amenazas. En otros casos el agresor usó preservativos con los que huyó, o hasta iba depilado. No siempre la penetración es la norma, sino que se utilizan objetos para penetrar a las víctimas, para generarles el mayor dolor y daño posible, generándoles desgarros y pérdida de tejido, sin dejar los rastros de ADN.

En algunas declaraciones he leído que inmediatamente después de un ataque sexual, las víctimas se bañan por ignorancia, por el asco de tener impregnado el olor de su agresor o por ellas mismas, querían deshacerse de sus ropas, y hasta a veces, de sus cuerpos. Pese a eso, en sus relatos incluyen descripciones  de señas particulares en el cuerpo del autor, y presentan las lesiones típicas de defensa. En ese contexto de indefensión, son heridas visibles que, con suerte, sanan. El daño psíquico y la desconfianza les dura más tiempo y lo que perciben como vergüenza por no haber podido hacer o gritar, e incluso la vergüenza social, las inhibe de denunciar. A veces el silencio también, se debe a que piensan que no tienen la astucia o el prestigio de su agresor, porque creen que la Justicia puede ser injusta, porque hablan pero no las escuchan, o porque el miedo a represalias las paraliza. 

Tiempo. Aunque el tiempo que pasa es la verdad que huye, existen protocolos, medidas de prueba y especialistas de diversas disciplinas que intervienen con técnicas retrospectivas, por ejemplo, el análisis de testimonios y evaluación de testigos, y de exploración de la personalidad que, con los puntos de pericia correctos, podrían llegar a la verdad detectando contaminaciones y simulaciones. 

La doctora Alicia Poderti sugiere que para estos casos, es muy útil hacer un test lingüístico forense al sospechoso, porque puede arrojar muchas pruebas, sobre si hay o no, algún tipo de personalidad perversa, por cómo habla, cómo se refiere a los otros y a sí mismo. Nadie escapa de las palabras, son su huella digital.

En  casos de vieja data y donde la víctima habló como pudo y cuando se sintió fuerte, acompañada o contenida por otras víctimas para hacerlo, si el señalado es declarado culpable, su ADN indubitable debería ser ingresado a un registro de violadores, aunque no haya sido extraído del kit de abuso o recolectado en el lugar del hecho en aquel momento.

En otros escenarios, el violador las doblega con sumisión química al doparlas o les parten un ladrillo en la cabeza y las deja desmayadas, lo que las “relaja”, y por eso no presentan lesiones defensivas características, es así como muchas ni siquiera pudieron verle la cara a su agresor; simplemente cuando despertaron se vieron rodeadas de un lago de sangre, pedazos de un ladrillo foráneo en su dormitorio, sus ropas rasgadas y una ventana abierta con huellas de calzado. 

Son ejemplos de situaciones dramáticas, con las que nos topamos casi todo el tiempo quienes analizamos la anatomía de un crimen violento. 

Verosímil. Probablemente el modo o el tiempo de contar de una víctima no encaje con lo que algunos consideran verosímil, porque no coincide con lo instalado en la ficción, la realidad es que existen variables que incluyen amenazas e intimidaciones de todo tipo para controlar a la víctima. Especialistas en psicología del testimonio sostienen que, cuando se evoca un evento traumático de esa envergadura y se lo reconoce como propio, es muy difícil ponerlo en palabras sino que se somatiza

Cuando se relata se pierde el hilo o se confunden los tiempos por el peso de carga afectiva displacentera que irrumpe en la psique: el trauma de un ataque sexual fragmenta porque tiene el índice más alto de potencial traumatización. La huida y la lucha son respuestas defensivas ante el peligro, pero también lo es el congelamiento, es la disociación en el momento del trauma. 

Los eventos pueden evocarse en forma de blanco en el recuerdo pero con síntomas en el cuerpo, o como flashes desordenados, porque es tanta la angustia que se oprime la garganta y se experimentan cefaleas.

Sexo. El delito sexual es el menos sexual de los delitos, porque denigrar y aplastar la voluntad de otro es lo que esta erotizado. El autor suele saber que es un delito a “puertas cerradas”, juega con eso y mientras más desprevenida esté o ingenua sea su víctima, mejor; para otros mientras más débil, más fácil de desacreditar. En su mayoría, no son encantadores de serpientes, sino serpientes encantadoras. Los delincuentes sexuales suelen estar bien integrados a la sociedad, y los más difíciles de detectar son los pedófilos y pederastas. Y en las cárceles son sobreadaptados y no generan ningún conflicto

Columna 
Las víctimas ya hablaron; pero las heridas solo sanarán con la justicia, por Yael Bendel, Asesora General del Ministerio Público Tutelar

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