jueves, 30 de mayo de 2019

lunes, 20 de mayo de 2019

YO NACÍ EN CUNA DE ORO, LAS MOTIVACIONES DE UN NIÑO RICO

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Esta es la historia de Matías Parisi Pérez. Tiene 32 años y está detenido hace un año y dos meses. Fue condenado por robo agravado a 5 años de prisión. Esta es su tercera condena. A diferencia de otros presos, Matías no pasó necesidades en su infancia y dice que eligió ser delincuente. Nació en Villa Madero, La Matanza, en una casa de clase media acomodada, su padre era gerente en una reconocida empresa de supermercados y su madre se quedaba en casa para cuidarlo a él y a su hermana. Matías fue el primogénito. “A mí nunca me faltó nada, yo nací en cuna de oro”, cuenta. Los problemas empezaron cuando sus padres se separaron. Matías tenía 11 años, su papá se fue a vivir al exterior por trabajo y los mantenía enviando dinero cada mes. A esa edad comenzó a consumir porro y con el tiempo se volvió adicto a la cocaína. “Ahí agarré la calle y a los 13 años dejé el colegio”, recuerda. Su primer robo fue a esa edad, robó una moto. La primera arma que tuvo en sus manos fue un 38 special que le costó 200 pesos. La compró en la villa El Lucero de La Matanza. “Empecé a robar por hazaña, no necesitaba nada. Todos mis amigos y yo éramos pibes de guita, eramos pibes bien; ninguno necesitaba robar. Además, íbamos a la cancha a ver a Chicago, robé muchas veces con la barra de Los Perales”, dice. A los 16 años su familia lo internó en un centro de rehabilitación y ahí los problemas se profundizaron. Cuando salió todo empezó a volverse más violento. Al dueño de un supermercado chino le voló la pierna de un tiro porque no quería darle la plata. ”La primera vez que caí en cana fue por el robo a un mayorista, le robamos 15mil dólares; pero a las pocas cuadras nos empezaron a perseguir y nos hicieron un operativo cerrojo, tenía 18 años y fui a Devoto”, recuerda. Cuando salió empezó a hacer “ranchos”, abrían las casas con la gente adentro con una tarjeta tumbera. “Si no tiene la doble traba puesta, te abrimos cualquier puerta; la tarjeta tumbera que llevábamos la hacíamos con tapitas. Yo me encargaba de reducir a la gente”. En una de esas entraderas, rociaron con nafta al dueño de casa porque no quería decirles dónde estaba la plata. Empezó a parar con una banda de Lugano 1 y 2, porque en ese barrio había mucha gente que pasaba datos de lugares donde había plata. Para esa época ya se había tiroteado varias veces con la policía. Volvió a ver a su padre que había vuelto a la Argentina y se había mudado a un country en Cañuelas, durante una visita a la casa conoció a una pareja amiga del padre que eran joyeros. Decidió desvalijarlos. “El robo al country fue de película, todo disimulado. Entramos a la casa y nos llevamos todo”. Durante un enfrentamiento en el barrio El Morro con una banda rival de Villa Jardin en Lanus, ejecutó a un rival que intentó matarlo. “Le dimos con mi socio más de seis tiros y lo rematamos en el suelo; encima era un guacho, pero era él o nosotros”, dice sin inmutarse. En 2011 volvió a caer detenido en Villa Celina, fueron a robarle a un narco paraguayo que tenía vínculos con el jefe de calle policial (que además era conocido de su familia). Entraron a la casa, se llevaron la droga y la plata, pero a las pocas cuadras la policía los encontró: “dejaron que el narco me pegara, me molió a palos, el jefe de calle que era amigo de mi cuñado lo dejaba que me fajara; por esa causa estuve en cana hasta 2015”. En el KM35 de La Matanza tuvo otro enfrentamiento con un banda narco paraguaya, “nos cagaron a tiros con metralletas, son heavys los paraguas”, cuenta. “Cuando salí en cana por última vez, empecé a trabajar en una colchonería. Estaba bien de plata, empecé a salir de joda y a los seis meses empecé a robar de vuelta. Es que me enteraba que en un lugar había 200 mil pesos y me volvía loco, era más fuerte que yo. Si te cagas de hambre en la calle sos el peor, porque en la calle está la plata”, dice. La última vez que cayó detenido fue por el robo al dueño de una remiseria VIP que trabajaba con turistas. “Lo apreté de chucu (de chamuyo) y me dio todo. En la huida terminé chocando y casi me muero, salí por el parabrisas y no me despertaba, mi socio me dio varios cachetazos para despertarme pero no hubo forma, me dejó abandonado porque sino la cana nos agarraba a los dos”. En su vida carcelaria tuvo muchos problemas, apuñaló y fue apuñalado varias veces. “En Mercedes me dieron varios puntazos que casi me muero, en Sierra Chica tuve que pelear para salvar mi vida porque en el pabellón que estaba había uno con el que había tenido bondi antes”. Hoy en día es referente del pabellón más complicado de Catán: el de los recién llegados. “A veces llegan violines y los tengo que andar cuidando para que no haya bardo, a mi no me conviene que haya quilombo porque me quitan beneficios; después están los giles que llegan por robar una cartera a una vieja o un celular, se los deja vivir pero no los dejo ni opinar”, cuenta. Tiene dos hijos, está separado de la madre de ellos desde 2013. Dice estar arrepentido de su pasado. La entrevista completa de Mauro Szeta y en análisis de Laura Quiñones Urquiza para Telefé noticias Aquí

martes, 14 de mayo de 2019

YO SOY UN CHORRO DE SANGRE

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Jose Antonio Robles Escochi “El Lágrima” tiene 32 años. Fue condenado a 10 años de prisión por robo agravado por uso de arma de fuego y enfrentamiento. Lleva 9 años detenido. En la cara lleva dos lágrimas tatuadas. Y le cuenta a Mauro Szeta por qué su delincuencia la lleva en el ADN. Nació en San Martín, en Billinghurst, el padre era delincuente y su madre ama de casa. Es el mayor de 9 hermanos. 


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Fue al colegio hasta tercer grado, a esa edad se empezó a escapar de la escuela para ir a pedir en los trenes y en la calle; iba solo y lo hacía para mantener a sus hermanos. A los 12 años comenzó a robar, junto a un amigo de la misma edad. Le sacaron un revolver 22 mm a la abuela y salieron a la calle para asaltar al primero que pasara, ese día robaron a punta de pistola un auto. “En ese momento robar me daba miedo, después se empieza a hacer costumbre y lo disfrutás”, dice. Tras el primer robo fueron por más, entraban a punta de pistola a los supermercados y se llevaban la recaudación. En uno de esos robos, mataron a su compañero. En ese mismo enfrentamiento "El lágrima" hirió de gravedad a la agente policial que ejecutó a su amigo. José tiene más siete tiros en el cuerpo y uno alojado en la cabeza, en la nuca tiene más de seis heridas por cuchilladas que tuvo peleando en la cárcel. Estuvo detenido desde los 16 años por un secuestro seguido de homicidio por el que le dieron 8 años y seis meses siendo menor de edad; habían secuestrado al socio de una tabacalera y en el momento de la entrega del dinero ejecutaron al ex policía que llevo la plata. “Yo fui el primer condenado menor de edad en San Martín, ni mi abuela me pudo rescatar cuando arranqué a delinquir; todo el que sale a robar sabe que las opciones son la cárcel o la muerte”, cuenta. Su abuela había muerto cuando él tenía 13 años. Una de las lágrimas que tiene tatuada en el rostro es por ella, la otra por su amigo muerto. “Al principio era todo competencia entre bandas a ver quién secuestraba y robaba más; Secuestrábamos o robábamos todos los días”, dice "El Lágrima". Su mayor botín fue un “escruche” en una fábrica, se llevaron seis millones de pesos. “Para robar la fábrica, nos metimos por el cielorraso, así pudimos evitar los censores”, dice orgulloso. Además de las puñaladas en el cuerpo tiene varias en la cabeza, “yo soy malo con los malos, si querés bondi va a haber bondi”. Hoy es el referente de uno de los pabellones más peligrosos del penal, él lleva el orden. El robo por el que está purgando pena en la Unidad 42 de Florencia Varela fue una entradera que salió mal y terminaron enfrentándose con la policía. Tiene tres hijos, dos con una mujer anterior y una nena con la actual pareja. Aunque dice no estar arrepentido de su pasado, asegura que el nacimiento de su última hija lo cambió y desea modificar su vida para poder verla crecer. La entrevista completa a uno de los hombres más temidos en todos los penales, por ser el rey de los pabellones: Aquí