Bernat Tiffon es un psicólogo forense español con 25 años de ejercicio. Intervino en casos que conmocionaron a la opinión pública, no solo en su país. Habla de sus memorias en los juicios célebres, y de su experiencia, tratando de cerca a delincuentes letales. Bernat Tiffon prestó sus servicios en casos célebres como el crimen de la Guardia Urbana, el crimen de la menor de Vilanova, el doble crimen de Esplugues, el cuádruple crimen del pistolero de Olot y el doble crimen de los agentes rurales de Aspa, entre otros. Además, es profesor universitario de la especialidad en distintas universidades (Universitat Abat Oliva y en Eserp, adscripta en la Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya) y otras entidades académicas. Su investigación académica lo llevó a escribir más de veinte libros y recibir varios premios internacionales. En el área forense utiliza especialmente pruebas psicométricas objetivas y cuestionarios estandarizados de última generación para la exploración de la personalidad como herramienta diagnóstico-forense. Recientemente fue nombrado e ingresado como académico correspondiente de la Real Academia Europea de Doctores (RAED), convirtíendose en el primero y único psicólogo forense en dicha especialidad en tan ilustre y centenaria entidad, cuya fundación se remonta a 1914.
—¿Por qué eligió la psicología?
—Elegí psicología por tradición familiar. Soy la sexta generación de una saga que se dedicó durante unos 300 años en el ámbito de la salud y de la sanidad: mi padre era médico neuropsiquiatra, mi abuelo era médico cardiólogo y neumonólogo, mi bisabuelo era médico cirujano pedicuro, mi tatarabuelo era médico cirujano y mi tatarabuelo era peluquero-callista-cirujano (en aquella época del siglo XIX los médicos ejercían también este tipo de profesión). En mi caso, aunque acabé Psicología, seguí la línea dinástica en la Facultad de Medicina de Barcelona, donde me doctoré por la Unidad de Medicina Legal y Forense.
—Usted es uno de los mayores referentes en psicología forense, ¿qué es lo que lo atrajo hacia esta especialidad?
—Quise dedicarme a la parte más práctica y funcional de la psicología: la forense. Yo no me formé en psicología clínica psicoterapéutica, y me decidí en el área forense para analizar las casuísticas criminales más difíciles que se me han planteado profesionalmente. Los casos en los que he intervenido siempre me han supuesto un gran reto profesional, y cada día que pasa los encargos van aumentando en dificultad. En muchas ocasiones, los abogados me solicitan encargos forenses de cierta facilidad; pero, en otras ocasiones (la mayoría), me solicitan mis servicios profesionales psicológico-forenses de una gran complejidad que requieren mi total atención y exclusiva dedicación. La dificultad, el reto, la complejidad, cuanto más sea la dificultad de intervención, es lo que hace que me motive en mi trabajo. En la actualidad, me pueden entrar unos diez casos psicológico-forenses nuevos a lo largo de la semana, y cada cual con su extrema complejidad. Y todo ello es derivado de la mejor publicidad que se puede obtener para un profesional en ejercicio libre de la profesión: el boca-oreja entre los propios abogados. Por un lado, me enorgullece haber podido alcanzar un cierto estatus profesional, pero, por otro lado, me sabe mal que deba y tenga que aplazar compromisos profesionales por no poder abarcar tanto trabajo que va entrando en el despacho profesional.
—¿Cuál es la importancia de utilizar los cuestionarios estandarizados para diagnosticar?
—Las pruebas psicométricas objetivas permiten aportar conocimientos del perfil de personalidad del sujeto de un modo más neutro y libre de interpretaciones psicológicas subjetivas de los evaluadores. Los tests y los cuestionarios, con su rigor metodológico estadístico-matemático, por el que se procura aumentar la fiabilidad del test y disminuir el error estadístico, son los que aportan más objetividad al perfil o los rasgos de personalidad del evaluado. Desde la perspectiva de la psicología forense, las pruebas y los tests psicométricos estandarizados alcanzan un estatus importante ya que se objetiva a ojos de los operadores jurídicos, lo que supone de relevante importancia para acreditar el estatus psíquico y/o mental del sujeto que ha cometido un crimen o cualquier conducta antijurídica o antinormativa.
—¿Qué grado de fiabilidad tienen?
—Cada prueba psicométrica objetiva tiene su propia historia creativa: por ejemplo, el MCMI-IV (publicado en 2018) ya lleva cuatro versiones de un mismo test publicado con anterioridad. Con cada versión realizada (y finalmente en esta última y cuarta versión), se ha potenciado la prueba con técnicas estadísticas más potentes y con la rigurosidad metodológico-investigativa necesaria con el fin de que el test sea lo más descriptivo y genuino sobre la personalidad del evaluado. Las pruebas como el MCMI-IV, el PAI, el 16PF (entre otros muchos más) tienen una amplia trayectoria académica y muchos años de tradición profesional, son pruebas acreditadamente baremadas y de aplicabilidad en el ámbito de la psicología forense.
—¿Qué valor tienen las entrevistas psicoforenses?
—Las entrevistas psicológico-forenses son necesarias e indispensables para poder analizar las dos áreas que los operadores jurídicos siempre solicitan saber para adecuar la ley a su condición psicológica, estas son: capacidad cognitiva o de entender, saber qué hace y por qué lo hace, y la capacidad volitivo-motivacional o qué le ha impulsado a hacer el acto criminológico. Ambas áreas se obtienen a través de la entrevista con el evaluado, por lo que el valor es de notoria importancia. Pongamos por ejemplo los casos de quitarse la vida ampliados, en los que el victimario también asesina a sus familiares. Una vez que el victimario se ha suicidado, carecemos totalmente de conocimiento en saber por qué ha asesinado a su familia y cómo estaba psicológicamente al momento de perpetrar los crímenes; a excepción de los casos en los que hace constar notas de suicidio justificando sus crímenes. Con este ejemplo quiero pedagógicamente ilustrar la gran necesidad que supone el celebrar la anamnesis o entrevista clínico-forense dirigida para poder saber cuáles son las condiciones psicológicas y/o psicopatológicas de base que han impulsado al sujeto a cometer el crimen.
—Fue el perito psicológo forense a cargo de la pericia en el crimen de la Guardia Urbana, un caso que conmocionó a España; tanto es así que se hizo un documental en Netflix sobre el caso y una serie. Dentro de los límites éticos, ¿qué puede compartir con los lectores sobre sus conclusiones y su experiencia?
—El crimen de la Guardia Urbana –asesinato de un agente, y los acusados fueron su pareja y el amante de ella, ambos agentes también– es un caso que se ha hablado, se habla y se hablará en el futuro. Ha tenido mucha repercusión e impacto mediático. No obstante, el crimen no tendría o no hubiera tenido tanta trascendencia mediática si no fuera porque se contextualizó en el ámbito policial y porque los protagonistas implicados eran todos agentes de la policía. Si no se hubiese contextualizado en este ámbito profesional, posiblemente no habría tanta repercusión mediática o habría salido su noticia en una esquina de la prensa, ya que lamentablemente cada día hay crímenes. El juicio por este crimen duró un mes y medio de sesiones: desde febrero a mediados de marzo de 2020. Y desde mi punto de vista personal y profesional, ha supuesto para mí un punto de inflexión y “una bisagra” en mi carrera. Antes de este caso, iba a las salas con cierto reparo psicológico preguntándome qué es lo que me van a preguntar, cómo irá el juicio y si me someterán muy agresivamente a interrogatorios hostiles. Después de mi intervención en este caso, ya accedo actualmente en las salas de Justicia psicológicamente “vacunado”, con más seguridad mental y preparado ante las disquisiciones, interrogatorios y preguntas que me plantean los distintos operadores jurídicos.
—¿Cómo fue su trabajo en la sala de Justicia?
—Durante mi ratificación en sala, declaré desde las 09.30 hasta las 15.30, durante seis intensas y maratónicas horas. La Sala Nº 1 del Tribunal del Jurado de la Audiencia Provincial de Barcelona estaba a rebosar de gente que venía de espectadora y de público a presenciar las sesiones judiciales. Se hacían colas para entrar y mucha gente tuvo que quedarse afuera porque ya no podía ocupar asientos, al no quedar más plazas libres. Yo declaré el 10 de marzo de 2020. Lo recuerdo muy bien porque cuatro días más tarde, el gobierno central de España declaró la pandemia por covid-19 y ordenó el confinamiento de toda la población en sus casas y domicilios. El juez decidió que las sesiones continuasen a pesar de la declaración de la pandemia y el confinamiento. Consideró que después de un mes y medio de celebración del juicio había que terminarlo sí o sí. Después de las declaraciones de los peritos psicólogos y psiquiatras forenses (tanto del sector público como del sector privado) en un intenso careo y debate en fuego cruzado in crescendo en la sala, quedaban por declarar los investigados. Como curiosidad anecdótica, y desde la base de la psicometría administrada en la figura psicológica de ella, se obtuvo un mismo perfil de personalidad por parte de los peritos públicos como de los peritos privados (en este caso, habiéndole yo mismo administrado la prueba a ella). El perfil obtenido sugería unos niveles de ansiedad elevados. Asimismo, y de modo contrario, no se sugería una acentuada inestabilidad psicoemocional característica de sujetos con rasgos de personalidad de base de tipo límite-borderline. Y ello lo señalo porque este tipo de sujetos son tendientes al desarrollo de una conducta promiscua y de infidelidad, conducta de la cual se la vino calificando a ella pública y mediáticamente en la prensa; pero que, medido objetivamente mediante la prueba psicológica en la figura de ella, no se desprendió compatibilidad con este tipo de comportamiento. En este sentido, creo que se profundizó en un área de la vida privada e íntima de la evaluada –desde el punto de vista mediático, incluyendo el judicial– que nada tenía que ver con la comisión del crimen.
—En las cárceles me ha tocado entrevistar y analizar la criminogénesis de delincuentes, que por lo genera, tienen trastornos antisociales de la personalidad y muy pocos psicópatas. Lo que sí abundaban eran personas privadas de su libertad por trastornos de impulsividad graves, más bien gravísimos. ¿Qué es el trastorno de impulsividad?
—Se trata de sujetos que presentan un déficit en el autocontrol de su comportamiento. No tienen mecanismos conductuales suficientes para autocontrolar su conducta y la desarrollan y la materializan sin aplicar procesos previos de reflexión, lo que les puede conducir a comportamientos totalmente azarosos y/o caóticos. Si existe consumo de sustancias tóxicas, la impulsividad alcanza un estatus más patológico, con repercusiones conductuales notoriamente más agresivas y/o más hostiles, con serias consecuencias jurídico-legales. Los sujetos con trastorno de personalidad antisocial presentan una impulsividad de base patológica y desarrollan conductas antinormativas como consecuencia de dicha base comportamental y son los que forman parte de la mayoría de la muestra de población reclusa en los centros penitenciarios (además de los sujetos con rasgos narcisistas, histriónicos y límites/borderlines). El término “psicopatía”, conocido mediáticamente por las series de televisión y las películas comerciales, forma, en la realidad criminológica, solo una parte de un núcleo concreto de sujetos internos de prisión. Estadísticamente, se tratan de unos pocos; pero pocos que sobresalen por la magnitud de su comportamiento criminal. Se trata de sujetos que presentan comportamientos agresivos y hostiles considerablemente muy extremos, de naturaleza sádica y que, en su máximo exponente delictivo, se hallan ingresados en módulos penitenciarios específicos y ad hoc para ellos. Se ha hablado, se habla y aún se hablará mucho sobre la psicopatía. Se trata siempre de un tema muy recurrente y muy estudiado por los estudiantes e investigadores académicos de la criminología y de la psicología criminal y forense. Pero es que la criminología o la psicología criminal y forense no se dedica en exclusiva ni se reduce únicamente en el estudio de la psicopatía (extremo que habitualmente se atribuye, posiblemente, por el “morbo social” y “falsamente ilusorio” que crea por inercia en la sociedad por influencia de las series de TV y películas comerciales). La psicología criminal y forense es mucho más amplia y abarca muchas temáticas. Y, más que la psicopatía, se debería estudiar cómo ciertas psicopatías permiten un mayor nivel de capacidad de adaptación en la sociedad que otros sujetos (en términos de Robert Hare). Hay muchos sujetos con rasgos prepsicopáticos (tipo narcisistas-histriónicos) en las empresas y en las familias y que, en algunos casos, acaban en asuntos criminales que se celebran y se debaten en los juzgados.
—¿Cómo se detecta en la infancia?
La infancia ya nos viene a indicar cuál puede ser la posible consecuencia de la conducta futura en la adultez. Si en la infancia no se empieza a modelar la conducta impulsiva como si de un bonsái se tratara, será previsible que en la etapa de su adultez será un sujeto asilvestrado, caótico y desordenado. Los menores con trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), con trastorno del control de los impulsos, con trastorno negativista-desafiantes, o la combinación comórbida entre todos los anteriormente mencionados, pueden presentar consecuencias conductuales en la sociedad.
—¿Cómo se ve esto en los menores?
—Las conductas negativistas-desafiantes, con conductas potencialmente amenazantes-agresivas, con baja tolerancia a la frustración, que no saben postergar una recompensa y deseándola de forma inmediata “en el aquí y en el ahora”, son las bases de este tipo de comportamiento. Tuve la oportunidad, ya hace muchos años, de peritar a un menor de 14 años que, lamentablemente, asesinó a una niña de su misma edad. Ella, la víctima, estaba enamorada de él. Pero él, el victimario, no le correspondía y no sabía cómo decírselo ni cómo actuar. Sucedió que la víctima colgó imágenes de ellos juntos públicamente en las redes sociales, lo que irritó y encolerizó de modo extremo al victimario. Decidió dirigirse al domicilio de ella y, estando ellos solos en la calle –de noche y próximos a un descampado–, el victimario decidió asesinarla brutalmente. El menor presentaba antecedentes clínicos comórbidos de TDAH de naturaleza grave y trastorno intelectivo límite-borderline, lo que desencadenó ese sentimiento de baja tolerancia a la frustración y fue el detonante de la conducta patológicamente impulsiva que ejerció contra la víctima. Para mayor abundamiento en todo lo anteriormente expuesto y en nuestra sociedad actual, sea en el país que sea, se ha evidenciado la existencia de un aumento de casos de ludopatías y/o conductas adictivas, tales como en casos de apuestas por internet de sujetos con grados de ansiedad elevadísimos, con consecuencias catastróficas para la economía familiar. Y es que este tipo de población con trastornos del control de los impulsos puede suponer, pero no siempre, la existencia de un comportamiento antinormativo.
—¿Cuál es el tratamiento?
—Según el grado de afectación del sujeto se aplicará un tratamiento u otro. Suelen ser tratamientos psicoterapéuticos de base cognitivo-conductual. Si es necesario, incluso, tratamientos psicofarmacológicos a cargo de médicos psiquiatras.
—Hay algo que llama la atención de muchas personas y es la enclitofilia: las mujeres u hombres que se enamoran de criminales; los buscan ellas, al contrario de muchos casos donde ellos captan víctimas para explotarlas. ¿Qué es exactamente la enclitofilia para la psicología?
—En cuanto a la definición, se trata de un tema difuso. En principio, la doctrina psicopatológica viene a definirse del siguiente modo: la enclitofilia es una parafilia consistente en la atracción que presentan y sienten algunas mujeres por los asesinos SEGUIR LEYENDO
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